domingo, noviembre 11, 2007

Mi barra pop

Cuando era chico siempre quise impresionar a mi papá. Las buenas notas servían un momento, hasta que llegaba mi hermano con su uniforme de fútbol. La pasión se le veía en los ojos y me dejaba de lado para comentar las glorias del partido, los seleccionados y putear a los jugadores del equipo contrario.

Se veían tan felices y yo desdichado, andrajoso en búsqueda de un mendrugo de cariño. En eso, un día -después de que me robaran algunos elementos del juego de química - decidí que entraría la Club deportivo de mi hermano. Y fueron dos cosas las que me convencieron: mi papá estaría feliz y me querría un poco más, a la vez qeu no se enojaría por lo del juego de química..

Gallardamente llegué a la casa, me puse delnate de mi padre y le dije mi decisión. Después de eso le comenté lo sucedido en la escuela, pero ya estaba tan perdido cotizando zapatos, preguntando mi talla, buscando en qué posición serviría y llamando a todo el mundo para decirle que no solo era buen estudiante, sino que también sería buen futbolista.

Era ridículo. Todos sabían que ni siquiera sabía lo que era un árbitro, pero todos le apoyaron, le dijeron que lo haría bien y que siempre estarían a mi lado. Ninguno falló.

La primera vez que entré a una cancha, todos los amigos de mi papá (o quienes pertenecían al club y se juntaban con él) estaban haciendome barra. Creo que fue lo más frustrante de mi vida. Ellos me daban apoyo moral, ya que intuían que fallaría, yo sabía que no iba a dar una -lo tenía más que asumido - por lo que me daba pena ver como gastaban sus energías banalmente.

Y era en todos y cada uno de los partidos en los que jugaba. Primero me dejaban jugando todo el encuentro, después sólo el segundo tiempo y así se reducía mi participación, hasta a llegar a lso últimos 5 minutos de cada juego.
Sé que esos 5 minutos eran de cortesía, al igual que mi barra, pero siempre estuvieron apoyándome. Más de 15 personas gritando mis obrenombre "Chure, corre, Chure, pégale Chure...", mientras yo trataba de habalr con algún jugador o me qudaba mirando al cielo.
De verdad, nunca merecí mi barra. Ni por pena, ni por aliento, ni siquiera por apoyo moral. Siempre supe que estaba mal lo que hacía, eso de jugar a la pelota sin saber qué era una pelota.
Gracias al mundo, tuve una barra soñada, envidiada por todos los niños y lso otros equipos. Creo que por eso mi padre recuerda hasta hoy esos encuentros futbolísticos, en dónde todos vitoreaban mi nombre, aunque estuviera en la banca.