martes, septiembre 11, 2012

Raquel Correa y mi sueño frustrado

No sé si escribo esto en mi memoria o en la de ella, pero cuando me enteré que la periodista ícono de la entrevista en Chile, Raquel Correa, murió por un ataque cardíaco, sentí la necesidad de crear algo que me llevar al único encuentro que tuvo con la mujer más reconocida y dura de la profesión que me adoptó.

Fue en tercer año de carrera cuando por fin supe quien era físicamente Raquel Correa, ya que antes la oí nombrar en un sinnúmero de ocasiones para alabarla, reprocharla y acusarla de mala por trabajar en El Mercurio, pero nunca tuve una imagen de esta mujer, a quien trataba de seguir cada domingo en el cuerpo D, del mencionado periódico.

Eso, hasta que un día fui por un libro al Café Literario de Providencia, en donde una compañera me dijo "allá va la que entrevistó a Pinochet y al Guatón Merino". Busqué por todos lados y sólo vi a una señora menuda, de pelo corto -como de los años 80-, con una cara de poco amigos y un aire estricto, pero en cierta forma maternal. Me acerqué de a poco hacia donde ella estaba, nervioso por la reacción que ella tendría hacia mí y lo único que atiné a decir fue "hola. Soy estudiante de periodismo, la he leído mucho y quiero ser como usted un día".

Raquel Correa me miró, luego miró al aire y me dijo con una sonrisa y un suspiro: "no es bueno que seas como yo. Tienes que ser tú mismo. Esa es la base de un buen periodista". Luego se excusó y siguió su camino hacia un no tengo idea, porque quedé idiotizado tras sus palabras.

Desde ese día, le puse más empeño en escribir buenas entrevistas, en preparar  cada uno de los detalles y saber qué preguntar a quien estaba frente de mí y no dejar que supiera lo nervioso o el poco conocimiento de alguno de los temas de los que me hablaban. También aprendí sobre el relato y el contexto que se da en pocas palabras. Esas que no sea sólo una pregunta y respuesta y cómo llegar hasta la intimidad con el entrevistado, siempre con el respeto debido.

Fue duro y difícil encontrar ese camino propio, sin tratar de copiar algo de esa maravillosa mujer que se ganó todos los premios periodísticos que da el país, que le faltó vida para poder cumplir con sus sueños y no dejar solo a su hijo. Aquella mujer que -lo sabría después- siempre habría su casa a quienes estudiaban su misma profesión y le entrevistaban, aunque no le gustaba mucho ser ella la acosada.

Claro, cualquier muerto es bueno, dirán. Raquel era buena, sino excelente, como periodista, en su vida muy privada y personal no lo sé, pero fue la única que criticó a los periodistas que eran pantalla de una casa comercial y que estaban ligados a algún producto como rostros. Así no pueden irse en contra de ellos y pierden la objetividad, decía.

Me hubiese gustado que todo eso que cuento y sé sobre esta difunta, me lo hubiera dicho a mí, en una entrevista, que me contara con lujo de detalle cómo era entrevistar a cuanta personalidad había en Chile, si sentía algo por ser descendiente directa de Andrés Bello, cuál fue el secreto que le contó Augusto Pinochet cuando lloró en una de sus entrevistas y cómo sobrevivió tanto tiempo con esa humildad en su profesión, sin sentirse la mejor o la más de las más, siendo que ese era el título que todos le otorgamos, por lo menos en cada una de sus entrevistas.

Ahora está en algún lugar, analizando cómo hablan de ella y sintiendo culpa por ser noticia, puesto que nunca quiso serlo. Y debiera estar comentando qué sucede en el país, junto a Sergio Livingstone, quien la aburrirá con algunas anécdotas de fútbol y la entretendrá con tanta historia del balompié nacional.